A veces, Dios permite que pasemos por el fuego no para destruirnos, sino para que otros vean Su gloria a través de nuestras cicatrices.
Este es mi testimonio: cómo el Señor me levantó del borde del abismo, me dio una nueva vida y me mostró Su amor a través de una paz que no se puede explicar.

Si hoy sientes que ya no puedes más, quiero que sepas que Jesús sí puede.
Él me sostuvo cuando todo parecía perdido… y también puede hacerlo contigo.

Del borde del abismo a los brazos de Jesús
(Lee el testimonio completo aquí 👇)

Versículo base:

“Clamé a Jehová en mi angustia, y él me respondió;
desde el seno del Seol clamé, y mi voz oíste.”

Jonás 2:2


Testimonio:

Hubo un tiempo en mi vida en que el peso de las pruebas, el cansancio del alma y el dolor acumulado me llevaron a un punto oscuro, donde ya no quería seguir viviendo.
Me sentía vacío, sin fuerzas y sin rumbo, y aunque sabía que había personas que me amaban, el dolor dentro de mí era más fuerte que cualquier pensamiento de esperanza.

En más de una ocasión pensé en acabar con todo.
Pero cada vez que lo intentaba, una voz suave y firme me detenía.
Esa voz no era mía.
Era una voz que decía: “No lo hagas.”
Hoy sé que era Jesús, el mismo que me sostenía aun cuando yo no podía sostenerme.
Él fue quien me guardó la vida, quien me apartó del abismo cuando ya no tenía voluntad de regresar.

Después de una etapa muy dura, donde mi vida personal se quebró, creí que todo estaba perdido.
Pero Dios, en Su misericordia, usó a alguien muy especial como instrumento de Su amor y restauración:
mi esposa actual.

Recuerdo que cuando hablaba con ella, sentía una paz inexplicable.
No entendía cómo era posible sentir tanta calma y seguridad simplemente conversando sobre cosas de la vida.
Con el tiempo comprendí que no era ella, sino Dios obrando a través de ella, mostrando Su presencia y guía en medio de mi quebranto.

Ella no solo recibió a un hombre roto, con dos hijos, uno de ellos con autismo, sino que lo hizo con fe, con paciencia y con un corazón dispuesto a confiar en Dios.
Ese acto de entrega y amor no fue casualidad; fue una manifestación tangible de la gracia de Cristo.
A través de ella, aprendí a perdonarme, a confiar de nuevo, a abrir mi corazón y, sobre todo, a comprender que el amor verdadero que Dios usa nunca es ligero ni casual, sino un reflejo de Su presencia y de Su poder transformador.

Desde ese momento, todo cambió.
Dios me dio nuevas razones para vivir: primero Él mismo, luego mi esposa —Su conducto de amor—, después mis hijos, mis padres, y finalmente las almas necesitadas.
Porque entendí que cuando el Señor rescata a alguien, no lo hace solo para salvarlo, sino para convertirlo en testimonio vivo de Su poder.

Hoy puedo decir con certeza:
Jesús no solo me salvó la vida, me dio una nueva.
Donde antes había oscuridad, ahora hay luz.
Donde hubo desesperanza, ahora hay propósito.
Y donde hubo lágrimas, hoy hay gratitud.

El amor de mi esposa, su entrega, su fe y su disposición a caminar conmigo en medio de lo quebrado, fue el conducto que Dios usó para alcanzarme.
Ella no solo transformó mi vida, sino que se convirtió en un recordatorio constante de que el Señor no abandona ni siquiera a los corazones más rotos, y que Su gracia puede fluir a través de quienes Él pone en nuestro camino.

A veces, Dios permite que toquemos el fondo no para destruirnos, sino para mostrarnos que Él es nuestro sostén.
En el abismo no hay eco, pero sí hay una voz —la voz de Cristo llamando a la vida.
Esa voz fue la que me rescató, y es la misma que hoy sigue llamando a todos los que se sienten cansados, vacíos o sin esperanza.
Nadie está tan lejos que Jesús no pueda alcanzarlo.
Él no solo salva del pecado… también salva del dolor, de la soledad y del deseo de morir.

Si estás leyendo esto y sientes que ya no puedes más, recuerda:
Jesús sigue diciendo “no lo hagas, Yo estoy contigo.”
Y si Él lo hizo conmigo, también puede hacerlo contigo. 🌿

Deja un comentario