
“Déjame preguntarte algo…
Cuando alguien te ve, ¿puede notar que has estado con Jesús? ¿O solo te ven como a cualquier otra persona del mundo: vistes igual, hablas igual, actúas igual… y dicen: ‘Ah, otro cristiano más’? ¿Eso es lo que refleja tu vida?
Mira dentro de ti… ¿qué hay allí? ¿Amor genuino, paciencia, humildad, integridad? ¿O orgullo, egoísmo, indiferencia, envidia, chismes, rumores? No estoy aquí para condenarte, sino para abrir tus ojos. Porque muchos viven con un nombre de cristiano, pero con el corazón dormido. Sus palabras mencionan la Biblia, pero sus acciones son del mundo. Sus palabras no son cristianas, pero si mencionan la Biblia, ¿de qué sirve eso si no hay fruto en su vida?
Hoy en día, muchos se llaman cristianos y andan, se visten, actúan y hablan como cualquier persona del mundo. No se ve diferencia concreta en ellos. Recuerda a Pedro: cuando fue arrestado, negó a Jesús tres veces. Sus palabras y acciones hablaban más que su devoción; sus enemigos notaron algo distinto, aunque él falló. Ahora mírate a ti mismo: ¿Tu vida habla más de Jesús o de las comodidades y valores del mundo?
El corazón dormido no percibe la urgencia de la santidad. No lucha por la obediencia ni por reflejar a Cristo en cada decisión. Un corazón que solo repite versículos o asiste a servicios religiosos sin transformación personal es como una lámpara cubierta: su luz no brilla, y la oscuridad sigue reinando en su interior.
Mira bien tu corazón: ¿está vivo o dormido? ¿Busca obedecer a Dios, servir a los demás y reflejar Su amor, o solo busca comodidad, reconocimiento o eludir responsabilidades espirituales? Un corazón vivo se refleja en acciones diarias: en cómo tratas a tu familia, a tus amigos, a tus colegas; en cómo manejas el éxito y la adversidad; en la forma en que respondes a la injusticia y la tentación.
Piensa en tu lenguaje: ¿hablas para construir o para destruir? ¿Tus palabras elevan o derriban? ¿Tu boca es un instrumento de bendición o de rumor y envidia? La Escritura dice que “de la abundancia del corazón habla la boca” (Mateo 12:34). Si tus palabras no reflejan paz, humildad y amor, entonces tu corazón aún está contaminado por el mundo.
No es suficiente hablar de Jesús o citar versículos; tu vida debe mostrar Su presencia. La verdadera diferencia entre un cristiano y alguien del mundo no está en palabras, sino en frutos y transformación interna. Todo lo demás es apariencia. La obediencia, el perdón, la paciencia, la generosidad y la capacidad de amar aún a quienes nos hieren son los verdaderos indicadores de que Jesús vive dentro de ti.
Es momento de mirar dentro de ti, evaluar qué está realmente moldeando tu corazón, y permitir que Jesús transforme aquello que aún pertenece al mundo. Solo entonces tu vida reflejará genuinamente a Aquel que cambió tu interior y puede cambiar también a quienes te rodean.
Y no te engañes: la transformación no ocurre por casualidad. No basta con leer, repetir oraciones o escuchar sermones. Como un jardinero debe arar, sembrar y regar la tierra, debemos cultivar nuestro corazón con oración, obediencia, reflexión y entrega sincera. Cada acto de humildad, cada gesto de amor, cada decisión de perdón es como una semilla que da fruto. Sin esfuerzo, sin disciplina, sin vigilancia, el corazón se endurece, y la luz de Cristo permanece opacada.
Así que te pregunto otra vez: ¿quieres ser solo un nombre entre tantos, o quieres ser un reflejo vivo de Jesús, que brille con claridad en cada aspecto de tu vida? El tiempo pasa, la oportunidad se desvanece, y el mundo no espera. La única pregunta que quedará cuando llegue el momento final es: ¿mi vida realmente reflejó a Cristo, o solo imitó al mundo?”

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